lunes, 24 de enero de 2011

Café

En una de ésas noches en las que la luna se desnuda sin vergüenza y en las que no hay nada más grande que tomar una taza de café, una duda me poseyó.
Me puse a pensar en mis pertenencias, -sí, sé que suena ridículo, pero lo hice- y es que algo tan simple como el rayo de sol que hormiguea mis pies descalzos, no es fiel, no es mío. Resulta que la oruga que se posa sobre la rama de aquél árbol, también lo disfruta de a cachitos. Esto me produjo una extraña sensación y hasta sentí celos.
Me perdí en la pregunta, en mis propios pensamientos, hasta que me ahogué en la tonada de una canción.
"¿Qué ha sido del amor en los tiempos del sida?", la tarareaba una y otra vez.
La noche se disculpaba por la retirada y mi café se enfriaba. Mis preguntas se tornaban más y más necias, incluso absurdas, pues no había lugar para hablar de los sentimientos, y ni qué decir del amor, sin embargo, era seductor pensar en ello.
¡Carajo!, me repetía despacito, si "el amor es la cosa más linda"-como dicen las niñas condesa-, pero no, mi problema tenía otro matiz.
Hemos aprendido cuantiosas trivialidades y hemos hecho de todo, incluído el amor, un comercial, una moda...un vestido más.
No negaré que es exquisito tragarse el fulminante fulgor que va por la sangre de él o ella, pero igual, es efímero. El amor como nosotros, agoniza diario, incluso en la relación de la pareja perfecta, sólo que nosotros, inteligentes médicos, le damos una dosis de "no por favor" y retrasamos su viaje, alargándo su muerte.
Quizá llegará el día en que se arte de todo y entonces nos iremos todos al demonio, de hecho, creo que ahora nos movemos en ésa dirección; sus náuseas son por tanto manoseo en su nombre, por tanta calamidad y estupidez, de siempre sexo y nunca amor.
Ahora más que nunca, reitero que sin excepción, somos víctimas de una broma cruel, estamos condenados a vivir en el yugo de un cliché, de una leyenda. ¿Qué tal suena: "Usa siempre condón"?
"¿Qué ha sido del amor en los tiempos del sida?" Pasa que, el egoísmo y la bestialidad del hombre han carcomido todo cuanto han visto, anotándolo a la cuenta de los nuevos adictos. Es cierto que los recién ingresados han hecho su parte, por aquello de las reacciones brutas y las mentiras que se venden por verdad.

Mi angustia no paraba ahí,  más sabía que era insano seguir en el asunto. Haber descubierto que el amor no se hace hace entre dos, se hace entre tres, era más amargo que el café.

viernes, 21 de enero de 2011

Pesares


Mis sentidos están en el ápice del abandono,
hoy me da igual si todo desfallece en mis manos
o si de ellas emergen brillantes fantasías.

Parece que unos cuantos ayeres son el verdugo
y la condena, constelaciones abrumadoras,
tan llenas de sedientas palabras
y un poco de mi estúpida resignación.

No creo en mi, ni en nadie.
Todo lo he suspendido en glacial atmósfera que late.
Ni siquiera tu olor y tu voz  están conmigo,
ni siquiera sé si los extraño.

Mi estancia en esta casualidad
no podría terminar placentera
aunque un kirie me arrastraras a tus versos.

Estamos en oscilaciones paralelas
mojados con vientos grises
y muertos y oxidados deseos.

Un solaz té para no pensar
es lo que ahora necesito.

Tragar mis delirios
y vomitar mis frustraciones.

Sé que ignoras lo que digo
porque vives en tu aérea alegría,
donde el sol existe,
donde tu lápiz se desquita.

Es extraño e irrelevante este garabato
no estás conmigo
y creí que esto no era para ti,
más un necio déjà vu
sometió al recuerdo.

Está en el diván,
leyéndome al oído
y recordándome que a pesar de todo,
tu fantasmal existencia
está conmigo.

Noviembre

¡Fuego! Gritaba silenciosa, carrilleras casi llenas, mis ganas...casi nada.
Lloraba lágrimas negras porque el tiempo era otro, porque deseaba que fuese otro.


Mientras acribillaba memorias y quebraba gallos con su polvosa sonrisa, recordaba
a la legendaria mamá Tenta. Pensaba en sus palabras carbonosas, en la fuerza con
olor a copal, en la cuadrada vida, en los faros, pensaba, pensaba...


La superstición llegó a caballo, con espuelas negras y olor a monte, el aire
era como el pasto: fresco y ocultaba orígenes. No debía estar allí. Iba a ser fusilado,
era ¡él!, el de manos revolucionarias, ¡y qué me iba a importar!, si así quisimos jugar.


La madrugada se rendía y Quetzalcoátl llegaba. Su color rojo daba esperanza a unos y
asesinaba a otros. A mí me daba igual, de todos modos los rifles me apuntaban, los
soldados murmuraban y aquél revolucionario caía infelizmente, mientras las espinas
de su rostro se desplomaban silenciosamente, mientras yo, terminaba de
llorar a carcajadas.