viernes, 21 de enero de 2011

Noviembre

¡Fuego! Gritaba silenciosa, carrilleras casi llenas, mis ganas...casi nada.
Lloraba lágrimas negras porque el tiempo era otro, porque deseaba que fuese otro.


Mientras acribillaba memorias y quebraba gallos con su polvosa sonrisa, recordaba
a la legendaria mamá Tenta. Pensaba en sus palabras carbonosas, en la fuerza con
olor a copal, en la cuadrada vida, en los faros, pensaba, pensaba...


La superstición llegó a caballo, con espuelas negras y olor a monte, el aire
era como el pasto: fresco y ocultaba orígenes. No debía estar allí. Iba a ser fusilado,
era ¡él!, el de manos revolucionarias, ¡y qué me iba a importar!, si así quisimos jugar.


La madrugada se rendía y Quetzalcoátl llegaba. Su color rojo daba esperanza a unos y
asesinaba a otros. A mí me daba igual, de todos modos los rifles me apuntaban, los
soldados murmuraban y aquél revolucionario caía infelizmente, mientras las espinas
de su rostro se desplomaban silenciosamente, mientras yo, terminaba de
llorar a carcajadas.

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